NUESTRA VUELTA AL MUNDO EN NUEVE MESES- BANGKOK
Bangkok, como tantos lugares de Asia, no se conoce ni se visita, se siente. Suele ser la primera parada para aquellos que quieren conocer Asia, y supone un bombardeo masivo a los cinco sentidos: colores imposibles, sudor en la piel, olores penetrantes, ruido, mucho ruido… Energía pura. Para algunos, es demasiado. Hay que adaptarse a su ritmo, porque ella no lo hará al tuyo. El pulso de esta ciudad es errático, pero potente y vivo. Es una ciudad caótica, pero es un caos cálido. A Bangkok no se viene con una lista de sitios que visitar, hay que abandonarse en sus brazos y sentir su energía. Hay que perderse por sus calles e improvisar.
Una calle cualquiera. Cruza si te atreves. (Foto de Joseph Ingo).
Al salir a las calles de Bangkok, lo primero que llama la atención es el aire: espeso y cálido. Está perfumado con una mezcla abrumadora de olores: brochetas de carne ahumada a la parrilla, mangos maduros y una mezcla de hierbas y especias que no te son aún familiares pero que lo acabarán siendo. Entremezclados con estos olores están los menos agradables, pero no menos reales, de los humos de los vehículos y la suciedad de la ciudad. Así es Bangkok: sin filtros, cruda y sin complejos. Pero mola.
Tuk-tuk, sir? Much cheap. (Foto de Joseph Ingo)
Bangkok tiene dos zonas diferenciadas: la parte antigua, donde están la mayoría de los templos (ruidosa, caótica, contaminada...) y la parte moderna donde están los rascacielos y los centros comerciales, financieros y residenciales (ruidosa, caótica, contaminada...). Como en el resto de Asia, son dos mundos que conviven codo con codo; este contraste tan fuerte es algo a lo que los europeos no estamos acostumbrados. Disfrutar de Bangkok es abrazar sus contrastes. Es un lugar donde conviven la tradición y la modernidad, donde los monjes ataviados con túnicas azafrán tienen asientos reservados en el metro y los vendedores ambulantes cocinan bajo los rascacielos. Estos contrastes no chocan, sino que armonizan.
Aquí NO nos alojamos. (Foto de Jimmy Teoh)
Para disfrutar de Bangkok debes renunciar al control, porque no es una ciudad que se adapte a ti, eres tú quien debe fluir con ella. El plan perfecto es elegir una zona, llegar allí y andar: te perderás en seguida, y eso es bueno. Paseas por sus calles estrechas y escuchas el chisporroteo de un wok en un puesto callejero, las risas de los niños que se te acercan, el zumbido de las motocicletas que circulan de forma imposible entre mil obstáculos. Experimenta, baja la guardia y déjate llevar. Ojo, no te daría este consejo en cualquier ciudad, pero Bangkok es amable. Caótica e impredecible, pero amable. Podrías ir al río a ver la puesta del sol y encontrarte con una sesión de aerobic callejero, por ejemplo.
Pump it up, bitchesssss! Paula anda por ahí en chanclas.
Bangkok también satura. Por eso, es mejor dejarse de listas e itinerarios, escuchar a tu cuerpo y encontrar un momento de tranquilidad en medio del caos. Ésta es la magia de Bangkok: su capacidad para yuxtaponer ruido y serenidad. En el patio de un templo, donde el clamor de la ciudad se desvanece, en un pequeño café donde tomar un zumo de frutas, en un salón de masaje tailandés. O, qué diablos, en el bar de un hotel de lujo. Que los precios son mucho más asequibles y tú te lo mereces.
Esos son mis pies.
Las noches son espesas de calor pero eléctricas y llenas de posibilidades. Puedes elegir entre saborear un cóctel en los bares de las azoteas mientras contemplas las luces de la ciudad, o zambullirte en la energía palpitante de un mercado nocturno, donde los puestos permanecen abiertos hasta tarde. O puedes visitar la zona golfa y asombrarte ante lo que ves.
Uno de los muchos mercados nocturnos, donde casi pierdo a Paula (Foto de Lisheng Chang)
Cuando cojas el avión de vuelta, Bangkok te habrá dejado huella porque, insisto, no es una ciudad que se visita, sino una ciudad que se siente. Disfrutar de Bangkok no es verlo todo, sino estar presente en lo que ofrece, momento a momento. Y al hacerlo, encontrarás no sólo una ciudad, sino una parte de ti mismo que no sabías que estabas buscando.
Hay muchas calles donde perderse, y todas tienen sus secretos. (Foto de Joseph Ingo)