Cómo es el mundo del expatriado en Singapur
El inspector Singh es un detective singapurense con sobrepeso, adicto al curry y a la cerveza, gruñón y poco o nada diplomático. Por ello sus jefes buscan formas creativas para expulsarle del cuerpo de policía. Cuando esto falla, le mandan por Asia para resolver crímenes: de esta forma por lo menos les molesta menos.
En la tercera entrega de la serie, Singh tiene que investigar el crimen del socio de un bufete de abogados internacional en Singapur.
La autora, Shamini Flint, también ha viajado por Asia como abogada corporativa y siempre aprovecha sus novelas para hacer una acertadísima radiografía social: el Islam moderno en Kuala Lumpur en su primera novela, el lado oscuro del turismo en su segunda, y el mundo de los expatriados en Singapur en la tercera.
Los editores de AMOK vivimos en Singapur doce años y podemos dar fe de que el escenario que pinta Shamini es fiel reflejo. ¿Cómo es ser expatriado en Singapur?
Singapur es una isla con un aeropuerto, un puerto y dos puentes que le unen a Malasia. Por tanto, es muy fácil controlar el flujo de entrada y salida de extranjeros (esto, por cierto, fue una ventaja durante el COVID).
La religión oficial de Singapur es el pragmatismo: si necesitan conseguir algo, no se andan con miramientos. Cuando precisan trabajadores abren el flujo de inmigración, y cuando los locales se quejan porque perciben que están acaparando todos los buenos trabajos, lo cierran.
El “talento extranjero” ha sido el arma secreta que ha utilizado Singapur para evolucionar como país. Atrayendo la inversión extranjera han conseguido pasar del tercer al primer mundo en una generación. Por ello, como se refleja muy bien en el libro, el Gobierno se guarda mucho de mancillar esa imagen modélica y esa reputación de “oveja blanca” de cara al mundo. Su obsesión es aparecer en el número uno de todos los rankings y atraer el talento - y el dinero- extranjero.
Simplificando, hay tres tipos de extranjeros: los trabajadores de la construcción, que vienen mayoritariamente de India y Pakistán y viven en complejos de donde solo salen los domingos; las empleadas domésticas, que vienen sobre todo de Filipinas, Indonesia y Myanmar y viven en casa de sus empleadores, de donde solo salen los domingos; y los “pata negra” que vienen de Occidente y gozan de todo tipo de privilegios. A los dos primeros grupos se les suele llamar “trabajadores”, y al tercero “expats”.
De los 5,5 millones de habitantes, 4 son locales, medio millón “expats” con permiso de residencia permanente, y casi un millón “trabajadores”, sea asistentas u obreros de la construcción. El resto son estudiantes y otros tipos de extranjeros.
Para pasar los controles de inmigración, debes demostrar que tienes un contrato de trabajo y un salario mínimo en función del tipo de permiso que te otorgan. Los editores de AMOK llegamos en 2011 con un visado de turista válido para tres meses, una mano delante y otra detrás, y solo cuando encontramos trabajo pasamos de “turistas” a “expats”.
Hay dos Singapures. El Singapur local es barato y subvencionado: el 80% de los locales vive en viviendas de protección oficial, puedes comer en un hawker por tres euros, y hay una red de asociaciones locales de todo tipo (deportivas, culturales, etc.) gratuitas. El Singapur expat es el de los colegios internacionales, clubs de campo y restaurantes caros. La diferencia entre ambos es enorme: mientras el colegio local de un singapurense está prácticamente subvencionado, un colegio internacional puede costar fácilmente veinte o treinta mil euros al año. Pese a esta diferencia, ambos mundos conviven de forma relajada y no hay barreras entre ambos, como sí que sucede en otros países.