NUESTRA VUELTA AL MUNDO EN NUEVE MESES
Paula y yo nos conocimos en 2003. Inmediatamente, Paula se enamoró perdidamente de mí (su versión es similar en la base, pero discrepa en los detalles). A finales de marzo de 2004 dejamos nuestros trabajos, cancelamos el alquiler del piso, vendimos el coche, guardamos nuestras cosas en un guardamuebles, agarramos dos mochilas, cerramos la puerta con dos vueltas de llave y subimos a un avión con destino a Bangkok.
Todas nuestras pertenencias en dos mochilas durante nueve meses.
No es la típica decisión que tomes cuando tienes treinta y pico años y un futuro más o menos estable por delante. Pero fue precisamente esto lo que nos empujó a tomar la decisión. Siempre nos había atraído la idea de viajar sin prisas y el utilizarlo como posible detonador para provocar un cambio en nuestro estilo de vida. Pero teníamos miedo, claro, y durante casi un año buscamos –con gran éxito- excusas para no hacerlo. Habíamos construido con esfuerzo un mundo atractivo: teníamos dos buenos trabajos, estábamos viviendo la época mágica de dos personas que acaban de conocerse y están construyendo su proyecto de vida común, contábamos con un grupo de amigos estupendo, y vivíamos en un minúsculo pero cuco apartamento en el centro de Madrid. ¿Qué motivos justificaban poner todo esto en riesgo?
Pero en el estómago sentíamos sensaciones contradictorias: llevábamos casi diez años en trabajos estimulantes pero que empezaban a desgastarnos seriamente, y veíamos que con el tiempo nuestros sueños y el estilo de vida que imaginábamos serían más complicados de materializar. Sentíamos que el lado oscuro de la Fuerza –léase conformismo- era cada vez más intenso.
Es decir, era el escenario ideal para no hacer nada. Nos faltaba dar el primer paso, vencer la resistencia y ponernos en movimiento. Y lo hicimos en Navidad de 2003. Cogimos papel y lápiz y escribimos una lista con las razones por las que NO deberíamos cambiar. No encontramos muchas.
Así que dimos el paso. Fue la mejor decisión de nuestras vidas.
Camboya. Siempre hemos sido lectores compulsivos.
Pasamos cinco meses viajando sin prisa por el sudeste asiático (Tailandia, Laos, Vietnam, Camboya, Malasia, Singapur, e Indonesia) y cuatro por América (Nueva York, México, Cuba y República Dominicana). No quisimos recorrer demasiados países, pero si tener una buena variedad. Diseñamos el viaje con la máxima flexibilidad posible para poder permanecer en un lugar más tiempo si surgía la magia, o explorar lugares que no habíamos previsto inicialmente. Dormíamos en hostales básicos pero limpios, donde el precio generalmente no superaba los diez euros. Según mi análisis final, nos gastamos una media de 110 euros por día (dos personas), mucho menos de lo que nos hubiéramos gastado en España sin mover el culo del sofá. Viajar por el sudeste asiático es fácil, y en América contábamos con la ventaja del idioma.
Vietnam. Cuando llueve, llueve.
La principal sensación durante los nueve meses fue la de vivir en una realidad paralela más centrada en el presente. Ya no existía el trabajo, no había horarios, no nos llamaban por teléfono. Nuestro escenario era el aquí y ahora. No existía el mañana, no había diferencias entre un jueves y un domingo. No existía tampoco un mundo simultáneo en España, ni nada que requiriese nuestra atención. Ayudó mucho que, en 2004, para acceder a internet hubiera que ir a un café. Era fácil, casi inevitable, aislarse del mundo y centrarse en lo que te rodeaba.
Bangkok. Paula haciendo una sesión callejera de aerobic.
Todo era mucho más simple. De repente, todo un mundo de detalles que siempre había estado ahí pero que nunca habíamos visto, reclamaba nuestra atención, mientras que la cortina de rutinas y preocupaciones diarias había desaparecido por completo. Nuestras cabezas se liberaron de mucho ruido de fondo, y gracias a ello pudimos empezar a prestar atención a los detalles: una conversación sin prisas, un paisaje, una puesta de sol, una canción conocida que suena en un bar y que adquiere un nuevo significado, unos niños jugando.
Perdidos en la jungla de Sumatra. Reinterpretación de La creación de Adán, de Miguel Ángel
No hubo ningún sobresalto de importancia durante el viaje. Conocimos a personas muy especiales, vimos cosas maravillosas y cosas terribles, vivimos experiencias que nunca olvidaremos, y acumulamos en nuestra mochila ideas, imágenes y sensaciones que de vez en cuando recuperamos y nos hacen sonreír. Y este es el mayor tesoro que guardamos.
Laos. Bus VIP. Yes sir. Much good.
Nuestro mundo interior se expandió y adquirimos nuevos puntos de referencia y valores, a los que recurrimos de vez en cuando. Constatamos que hay otras formas de hacer las cosas, de vivir las situaciones, de afrontar la vida. No solo en lo trascendental, sino en el día a día. Cayeron muchos mitos y muchas ideas preconcebidas. Aprendimos a relacionarnos de forma distinta con el mundo, a través de principios más sencillos.
En algún lugar de Laos. Javier utilizando el GPS.
¿Qué pasó al volver? Para empezar, que no volvimos. Sabíamos que una vuelta a España conllevaba el riesgo de volver a ese tipo de vida del que queríamos distanciarnos. Por ello, tras una semana en España con ingesta intensiva de tortilla de patatas y croquetas, volvimos a irnos, esta vez a Bruselas. La idea era pasar un par de semanas dedicados a decidir en qué país queríamos establecernos y, mientras tanto, refrescar nuestro francés con un curso intensivo. La única razón para elegir Bruselas frente a París es que era más barato y sencillo.
Aterrizamos en Bruselas con una reserva de tres días en un hotel. De ahí pasamos al sofá cama de la casa de una amiga de una amiga. Luego alquilamos un apartamento durante un mes. Y así nos quedamos siete años. Pero esa es otra historia.
En algún lugar del norte de Tailandia. Paula disfrutando de la cocina de fusión.
Cuña publicitaria: este post está sacado de uno de mis libros: Todo lo que debes saber sobre el cambio, una especie de “caja de herramientas” para la vida. Si te ha gustado y quieres leer más sobre por qué queremos cambiar (y por qué generalmente no hacemos nada), pásate por www.todoloquedebessaber.com
En algún lugar del norte de Vietnam. Vietcong Hilton.
Bangkok. Y yo con estos pelos. Me recuerda a los repostajes de la Fórmula 1.