NUESTRA VUELTA AL MUNDO EN NUEVE MESES- LAOS
Nota: este texto ha sido basado en nuestro diario de viaje durante la vuelta al mundo que hicimos en 2004.
Nuestra siguiente parada en el itinerario, tras Bangkok y Chiang Mai en el norte de Tailandia, fue Laos. Para llegar ahí tuvimos que cruzar la frontera, trance harto lento y laborioso; hacía tiempo que no veíamos el papel carbón que utilizábamos de pequeños en el cole, que aquí utilizaban para hacer triplicados de todos los formularios. También aprovechamos para cambiar dinero (con 50 euros te conviertes en millonario en kips).
Paula en plan instagramer (en 2004 eso no existía) con Claude, un amigo canadiense. Muy natural todo.
Durante dos días bajamos en barcaza por el Mekong hasta Luang Prabang: no se me ocurre mejor imagen para describir la palabra “monotonía”. La noche la pasamos en un pueblo donde nos explotó literalmente la ducha, y donde cometimos el error de dejar la bombilla encendida al salir por la tarde: el Mekong es como una rave para los mosquitos, y por la noche se vienen arriba. Desgraciadamente también dejamos la mosquitera abierta y, al volver unas horas más tarde, cientos de bichos, crujientes al pisar, ocupaban el suelo y la cama. Como el generador que da la electricidad al pueblo se apagaba por la noche -no preguntes por qué- la operación Desokupa se hizo a la luz de la linterna y, por tanto, con baja efectividad. Horas más tarde nos despertó una explosión brutal a las seis de la mañana al arrancar de nuevo el generador.
Esto no empieza bien.
Nuestras vecinas. Lo que aparece en la esquina inferior derecha no es lo que parece. Creo.
Llegamos a Luang Prabang, ciudad colonial francesa que fue antigua capital cuando Laos era una monarquía. Más que una ciudad era un pueblecito tranquilo, rodeado por el Mekong, las montañas y abundante vegetación.
Y ahora me pongo estupendo para describir un día en Luang Prabang. Musas, acompañadme.
El amanecer en Luang Prabang no lo marcan los relojes, sino los pasos de los monjes descalzos, envueltos en sus túnicas color azafrán. Todas las mañanas, salen de sus templos con sus cuencos para recibir su sustento de los fieles: los lugareños (y muchos turistas que han confundido esto con un zoo) les ofrecen arroz pegajoso con las manos. No comerán más hasta el atardecer.
Volviendo del Carrefour
La ciudad se despierta despacio, como si cada rincón tuviera su propio ritmo. Tomamos un desayuno con baguette francesa y café laosiano (muy fuerte) a la sombra. Más tarde agarramos unas bicis y perdemos la noción del tiempo explorando templos. Todo es lento, todo es silencioso. Los monjes te ignoran y exponen su intimidad. No, no me refiero a eso: me refiero a que comen, se lavan, se afeitan la cabeza y rezan delante de ti, sin importarles ni reparar en tu presencia.
Por la noche subes el nivel de glamour y cenas algo en un restaurante con ínfulas francesas, o algo más básico sentado en taburetes de plástico al borde del río. Experimentas con los sabores y descubres que beberse dos litros de cerveza Beerlao es algo perfectamente natural.
Tras la cena te das una vuelta por el bazar nocturno y entras en una de las librerías/ cafeterías donde, en la planta superior, te tumbas entre cojines y ves una peli. Todo muy Manu Chao pero con estilo. Vuelves al hostal donde, esta vez sí, has dejado la mosquitera cerrada y la luz apagada.
Beerlao, mon amour
Tras tres días, tomamos un autobús a la capital, Vientián. Este fue nuestro diálogo:
-How many hours?
-7 hours, much fast
-Bus good?
-V.I.P. bus, much good, air conditioned (enseñan foto de un autobús estupendo)
Al llegar a la estación, el autobús era de la época de la guerra de Indochina (la primera) y el aire acondicionado funcionaba gracias a un cubo de agua fijado en el techo y un tubo de plástico que circulaba por dentro del bus. Tardamos doce horas en llegar y comprobamos que un autobús no está lleno hasta que el conductor decide que está lleno. Las leyes de la física no aplican.
Este era el bus bueno, el que no nos tocó. Ojo al detalle de las flores tapando la matrícula.
Vientián es la capital, pero parece un pueblo. De hecho, estuvimos dos días circulando en bici por el centro y periferia y casi no había tráfico. La gente aparentemente no hace nada en todo el día, como se describe de forma tan certera en las novelas del doctor Siri Paiboun, como El almuerzo del forense.
Curiosamente estuvimos en un hotel de “lujo” laosiano construido por el gobierno revolucionario. Gracioso ¿verdad? Nos quedamos dos días, dimos vueltas por la ciudad, que no tenía mucho que ver, vimos más películas de video y por la tarde paseamos por la playa (a un lado del Mekong, Laos, al otro lado Tailandia).
¿Quieres saber más sobre Laos? Echa un vistazo a Laos para principiantes. Y luego, sumérgete en las aventuras del doctor Siri Paiboun.
Londres, París, Vientián